domingo, 1 de marzo de 2009

El extraño caso del doctor Jekyll y mister Hyde

"¡Ay de los sabios en sus ojos,
y de los que son prudentes delante de sí mismos!"

Isaías 5:21


Estas palabras del profeta Isaías me han estado llamando fuertemente estos días. Es una palabra simple, clara y poderosa: no hay sabiduría, ni prudencia, ni moralidad posiblemente correcta, hecha por el hombre. No entra en nuestra capacidad, porque nos hicimos corruptos y ciegos. Como expliqué en mi entrada previa, es inconcebible que los humanos manchados de pecado podamos entender -discernir- la voluntad de Dios para nuestras vidas, de modo que tratamos de suplirla con la nuestra y esperar lo mejor. Damos pie a revoluciones, guerras, prejuicios. Nos asesinamos mutuamente por no tener el mismo credo o color de piel. Especialmente arrogantes, a mis ojos, las Cruzadas... intentando que las Tierras Santas no estuvieran en poder de musulmanes, pero tampoco de hebreos, que eran "indignos" de ellas al haber abjurado de Jesús. En nombre del Señor, sin preguntarle.

A estas alturas, todo el mundo conoce la famosa obra de Stevenson que da nombre a esta entrada. Se ha parodiado repetidamente, y popularmente trata de un científico loco que inventa una poción que le transforma en un enorme bruto. Hasta tal punto, que el increíble Hulk se inspira supuestamente en él, sobre aproximadamente el mismo principio. Pero hay mucho más. Robert Louis Stevenson afirmó haber despertado de una horrible pesadilla e inmediatamente lanzarse a esbozarla, febrilmente, ante el horror que había nacido en su mente. Aviso: lo que sigue es un spoiler, es decir, que explico el auténtico argumento de la novela: si alguien quería leerla, que se salte el resto del post.

Donde Frankenstein era llamado "el moderno Prometeo", Jekyll intenta ser un moderno Jesucristo. Su intención es tomar la dualidad humana, su posibilidad de manifestarse como santos o como monstruos, y poder separarla químicamente. Su esperanza es dar origen a santos artificiales, por mediación del hombre. Sabio a sus ojos, sin respaldo espiritual de tipo alguno, Jekyll diseña una poción con cierto éxito. En efecto, consigue que se manifieste sólo uno de los aspectos de su alma: el negativo, una bestia que se mueve en las zonas mas sórdidas de la ciudad y se oculta en las tinieblas tomando el nombre de Mr. Hyde (hide, en inglés, significa esconder). Lo que no consigue es lo contrario. A lo largo de la novela, su tentación en volver a hacerse malvado y gozar de los placeres prohibidos que alimentan a Hyde se acrecienta, y vuelve a tomar la poción. Eventualmente... la poción deja de ser necesaria, y el mal empieza a adueñarse de su ser. En cuanto a conseguir la salvación, avanzando hacia la luz y dejando atrás las tinieblas, Jekyll no consigue dar un sólo paso.

Es una magnífica parábola. La incapacidad humana para salvarse no ha cambiado en los doscientos años que tiene la novela. Jesús ya nos salvó hace dos mil años, y aun mantiene su mano extendida, para que todos los que aun estamos cayendo a nuestra muerte podamos aferrarnos a ella y tener vida eterna. Pero si buscamos sólo nuestra propia sabiduría, o la sabiduría de otros hombres, en vez de buscar la palabra del Espíritu, del que no está contaminado por carne, del Verbo, del Todopoderoso... nos condenamos, carne con carne. Como suele decir Fiore, "es absurdo que esperes que las cosas cambien si no dejas de hacerlas del mismo modo." Lo material no puede salvarse a si mismo.